Hoy en día, la noción de máquinas para humanos y humanos para máquinas resulta desactualizada. En la era post-industrial, nuestra relación con los medios tecnológicos parece consistir en un entrelazamiento. Podríamos considerarnos como una especie tecno-corporal que desarrolla procesos tanto perceptivos como cognitivos y expresivos en múltiples dimensiones, tanto humanas como maquínicas, simultáneamente. En este sentido, nuestra relación incorporada con las máquinas nos ofrece una manera de acceder a lo que nos rodea, y a lo que excede a nuestro entorno, desde diferentes perspectivas, dimensiones e interpretaciones. De esta manera, nuestros modos de interacción transitan en múltiples modos de comunicación codificada y/o sensible. Esta noción llevada a la experiencia podría hacernos considerar la posibilidad de que estos niveles de conocimiento nos preceden, es decir, están aquí desde antes.
En este sentido, podríamos considerar que, si el pueblo Shipibo-Konibo incorpora la ayahuasca para vivenciar experiencias que exceden las capacidades corporales propias (sin ayahuasca), nosotros incorporamos la tecnología para solventar objetivos múltiples que bastante tienen que ver con vivenciar experiencias que exceden nuestras capacidades corporales propias. Ahora bien, la sabiduría ofrecida por las plantas maestras ha sido incorporada por esta etnia como un saber ancestral, lo que implica que pueden acceder a los flujos de energía codificados mediante los sueños, estados meditativos o de memoria.
En esta dirección, surge una pregunta respecto de las posibilidades de nuestra existencia incorporada. Si nuevas capacidades de nuestro organismo se activan con la presencia de agentes externos, y existe la posibilidad de que estas se mantengan y desarrollen en el tiempo ¿podríamos considerar que estas, aunque sin conocerlas, ya nos habitan, es decir, están en nuestro cuerpo en potencia, a la espera de que algo las complemente y transforme? En el caso de las experiencias facilitadas por la ayahuasca, de acuerdo a lo anteriormente dicho, parece factible. En el caso de nuestra relación con la tecnología ¿podríamos afirmar que esta activa ciertas capacidades propias de nuestro organismo?
Johanna Zylinka refresca el planteamiento de Vilem Flusser, sobre nuestra estrecha relación con los aparatos y la extiende hacia una comprensión de nuestra relación con los medios actuales y hace hincapié en la posibilidad de una co-creatividad:
La relación del humano con la tecnología no es una de esclavitud, aun cuando Flusser si eleva preguntas serias sobre la noción humanista de agencia. Sin embargo, también reconoce que el entrelazamiento con las máquinas facilita nuevos tipos de acción, los que a sus ojos son colaboraciones. Llega incluso al punto de sugerir que ‘Esta es una nueva forma de función en la cual los seres humanos no son ni la constante ni la variable, sino en la que los seres humanos y los aparatos se funden en una unidad’ (Flusser 2000, 27). Flusser se refiere a los fotógrafos, evocando a la cámara como uno de los arquetipos del aparato moderno que lleva la labor humana más allá de la esfera del trabajo tedioso hacia lo que podríamos denominar co-creación lúdica; sin embargo, su argumento se extiende plausiblemente hacia otras formas de la creación humana. (1)