Cuando las clases salen del aula y el aprendizaje se da en una realidad concreta, la academia necesita crear una estructura ad hoc para que esto suceda con éxito, porque la realidad exige ser enfrentada desde toda su complejidad.
De alumnos y profesores
Construir un proyecto real desde la academia es desafiante para todos, no sólo para los alumnos. Cada obra es diferente y demanda un acompañamiento único al alumno o grupo de alumnos que lleva el proyecto. En este sentido, lo ideal sería tener el apoyo de un equipo docente multidisciplinario, y que en cada cátedra el sílabo sea lo suficientemente flexible para aportar el conocimiento específico que los alumnos requieren para llevar adelante su proyecto.
Un espacio de enseñanza de este tipo da autonomía al estudiante para acercarse de mejor manera al proyecto y resolverlo. Esto que suena tan lógico, es difícil de aplicar por el grado de incertidumbre que genera en el docente y alumnos. Incluso cuando la estructura académica promueve la integración, la meta es difícil de alcanzar; porque esta aproximación es relativamente nueva, y como todas las cosas nuevas, demandan de mucha prueba-error hasta entender completamente la mejor forma de aplicarla.
Construir un proyecto hace que el estudiante se enfrente a sí mismo, entienda sus fortalezas y debilidades, y que, por ejemplo, no ser bueno en todo, no es necesariamente malo. Si el estudiante no es el mejor dibujante o hacedor de renders, igual puede sacar adelante el proyecto. Porque este acercamiento que acompaña al alumno en su inmersión en la realidad, permite llenar los vacíos con los conocimientos de todos los actores involucrados, como en la realidad misma. La necesidad va a hacer que encuentre una manera de resolver los problemas, y en ese camino descubrirá cosas que están fuera de la malla académica, como ser buen gestor: la capacidad de gestión es un punto clave entre el éxito o fracaso de la materialización del proyecto.
Tal vez el mayor diferenciador de los proyectos construidos frente a los proyectos de papel, es el presupuesto. Esta condición económica condiciona la materialización de la idea en todas las fases del proceso. Y quizá los resultados más interesantes son los que logran en las restricciones económicas, exaltar la disciplina.
Todo cae por su propio peso
El primer día de clases queda claro que el problema que se plantea va a tener una solución constructiva. El alumno tiene todo el período académico para encontrar como resolverla. Esto hace que el proceso tome un rol protagónico y en la evaluación puede llegar a primar sobre el resultado final, sobrevalorándolo.
El proceso es importante. Un buen proceso, necesariamente tiene un buen resultado. Un mal resultado, nunca se puede esconder tras un supuesto buen proceso. En nuestro criterio, valorar los procesos por encima del resultado final, perjudica al usuario del proyecto desarrollado en el aula y a los estudiantes en el acercamiento a sus futuros proyectos.
La vida real es un constante ejercicio colectivo. El sistema de enseñanza tradicional busca la evaluación y desarrollo individual. Que cada alumno se desarrolle libremente genera un cortocircuito en el sistema de evaluación. La nota en su sentido más tradicional no debería existir, el proyecto construido se valida por su propio peso y uso.
Incertidumbre latente
Lo que enseñamos en nuestra práctica docente es lo que hacemos en nuestra práctica profesional. Nos identificamos con los alumnos en la emoción que despierta cada pequeña batalla que se gana. Los proyectos a los que nos enfrentamos parecen irrealizables en un inicio, pero estamos convencidos de que son necesarios. Intuimos a dónde llegar, pero sólo en el proceso encontramos cómo. El camino nunca está dibujado, y cada caso necesita su propio camino.