Al leer “los 5 supuestos” una cosa queda clara: tanto los títulos prácticos como la práctica espacial crítica existen como modelos para subvertir una disciplina anquilosada y demasiado centrada en sí misma.
Esta postura debe interpretarse como una respuesta a un mundo crecientemente complejo y fluido donde no sabemos cuál es nuestro rol (en realidad el mundo siempre ha sido igualmente complejo, creo (¿a quién no le interesa ponerse al día de todas formas?)). No sabemos si arquitectura es sgjnoghqerbgñqrbto u otra cosa; si podemos y debemos involucrarnos con nuevas tecnologías que prometen hacer desaparecer esa cosa que llaman “espacio físico” (pensar en espacios irrepresentables parece un camino poco sostenible), si debemos diseñar arquitecturas para Marte (¿la hacemos con la misma gravedad de acá?), o si simplemente debemos volver a creer en nuestro rol social de construir refugio para los que más lo necesitan (aburrido y, por lo demás, no parece atacar realmente el problema de fondo). No sabemos si vale la pena seguir siendo arquitectos: razón más que valida para buscar más allá de lo que normalmente consideramos Arquitectura (con A mayúscula) y conectarla a otras disciplinas como Geografía, Filosofía, Psicología o Política. Las dinámicas contemporáneas nos exigen volver a mirar a los edificios no como objetos singulares y acotados sino como “ensamblajes” de infinitos agentes y fuerzas distribuidos en campos y sistemas que exceden por mucho al propio edificio (el capitalismo por nombrar uno que se me viene a la cabeza).
Al parecer, para transformar el mundo, hoy más que nunca debemos interpretarlo (Marx se debe estar revolcando en su tumba mientras escribo esto). Y lo que los “5 supuestos” parecen decirnos es que la arquitectura, como la hemos conocido hasta hace poco, ya no es suficiente para interpretar un mundo como el nuestro.
Celebrar la heteronomía y promiscuidad disciplinar me parece un asunto fuera de discusión. Sin embargo, hay una amenaza. Subyacente a un texto como el de los “5 supuestos”, y a riesgo de asumir que todavía nos interese construir, parece sostenerse la creencia que un edificio debiese ser el resultado de potencialidades previas a su emergencia o, para ponerlo de manera más simple, que un edificio debiese ser el producto de su contingencia. Este parametricismo conceptual (que no tiene nada que ver con extrañas geometrías, sino con ecuaciones del tipo “proyecto = a + b – c”) olvida aquello que hay de inédito en cada creación, poniendo así todo el énfasis en diagnosticar lo ya existente. El riesgo es obvio: reducir el proyecto de arquitectura a una equivalencia respecto a las condiciones del momento de su emergencia, implica reavivar uno de los fantasmas que precisamente los “5 supuestos” creían haber sepultado: la idea del proyecto como respuesta (una especie de camuflaje barato del “proyecto como solución”).
Contraria a esta lectura, me gustaría esbozar un camino de salida. El compromiso con la contingencia, antes que significar un análisis exhaustivo de las condiciones de producción de un determinado edificio, debiese pensarse como la posibilidad de hacer emerger algo radicalmente nuevo, es decir, sin ninguna atadura con el pasado desde el cual se gestó. Esto, leído desde un interés en cuestionar parcelaciones del conocimiento, es más un llamado a mirar fuera de la arquitectura en busca de herramientas para imaginar otro mundo y no tanto para asistir al que ya conocemos.
No encontrar nada en el presente que termine por justificar el paso de no existir a existir de una determinada entidad es una idea difícil de sostener en el mundo contemporáneo, pero, por lo mismo, quizás la única manera de volver a creer en la transformación de este último sin necesariamente tener que interpretarlo primero (Marx sonríe).