Generar un argumento para debatir a partir de “cinco supuestos sobre la academia como práctica espacial crítica, desde la experiencia de los títulos prácticos” es como construir una hipótesis sin pregunta. En ese marco, la invitación es una provocación que nos lleva necesariamente a plantear tres interrogantes relevantes para la discusión. La primera –que se da por asumida con la invitación es ¿qué constituye una práctica espacial crítica?. La segunda cuestión trascendente es ¿la academia constituye una práctica espacial crítica?. Y la tercera interrogante, a partir de las dos anteriores y no menos relevante, es ¿cuál sería el papel de la arquitectura en la academia como una práctica espacial crítica?
Una práctica espacial crítica es un ejercicio que trata sobre el problema del espacio de modo cuestionador, poniéndolo en crisis. Así, en esta praxis, confluyen distintas manifestaciones como la filosofía, las artes, la geografía y la arquitectura, entre otras. Todas ellas constituyen esferas* del conocimiento y, por lo tanto, encuentran en la academia un —supuestamente— lógico, natural y protegido lugar para su desarrollo. Si esto no ocurriese en las universidades ¿para qué existen? Su función y obligación es estimular el conocimiento de nuestro entorno y nuestras ideas, de lo contrario sería una institución obsolescente.
Así entonces, ¿qué rol juega la arquitectura en este contexto? Para considerarla, a la luz de lo anterior, como una práctica crítica espacial, deberíamos partir por repensar y cuestionarnos el rol tradicional de la arquitectura. La arquitectura siempre ha estado ligada a la necesidad de las sociedades de construir la idea –y las múltiples manifestaciones edilicias– de lo estable, de lo permanente, de lo seguro, de lo que no cambia, de lo que está alejado del peligro. Complementario a esto, la arquitectura ha estado directamente asociada a la noción de un servicio que soluciona de manera satisfactoria una necesidad. Pero todo ello ha sido, es y será una ilusión, una quimera. ¿Qué más representativo de lo anterior que la figura misma de la casa? Probablemente el espacio social más simbólico del precario equilibrio entre lo más estable e inestable de la sociedad y a su vez, de la materialización de necesidades que –al transformarse en “solución”– lo que generan es más y nuevos conflictos.
Si en la naturaleza de una práctica espacial crítica está la demanda por instalar preguntas e incertidumbres sobre el espacio ¿cómo la arquitectura asume ese desafío a partir de su afán de construcción social de lo estable? ¿cómo la arquitectura lo aborda a partir de su foco tradicional de servicio y desde el encargo para satisfacer una necesidad? Sin duda nos enfrentamos a una contradicción, a un interesante y profundo conflicto a partir de comprender la arquitectura como expresión material de la cultura que hace evidente la inestabilidad del mundo.
La arquitectura es una forma de inteligencia que nos permite pensar en el espacio y a través de él. Así entendida, supera los límites de lo edilicio poniendo en evidencia complejas relaciones culturales, sociales y políticas (en el más amplio sentido de ellas) entre actantes humanos y no-humanos**. Esas relaciones manifiestan conflictos y negociaciones a partir de necesidades, que desde la disciplina (la esfera* de conocimiento de la arquitectura con potencial de analizarse de forma crítica), nos permiten abordar y cuestionar la producción del espacio. Ahí reside su potencial, su relevancia y sobre todo su responsabilidad social como práctica académica crítica. En la posibilidad de –a través del dispositivo proyectual– transformarse en un valioso lugar de experimentación, de creación y de investigación sobre y en el espacio.
Esto es una invitación entonces a asumir una práctica que, para ser espacial y crítica, deberá considerar una agenda establecida a partir de preguntas que cuestionen el status quo, con las consecuencias propias de intentar responderlas por medio de operaciones que permitan definir las condiciones para generar incomodidades, para potenciar espacialmente diferencias y disensos que conducirán necesariamente a un espacio quizás inestable e inseguro –pero tangibles– en el cual los acuerdos sociales tendrán que ser revisitados y renegociados.
*gracias Peter Sloterdijk
**gracias Bruno Latour