SENSIBLE AL CÓDIGO

VÍNCULOS TECNO-CORPORALES

—María Jesús Schultz

Hoy en día, la noción de máquinas para humanos y humanos para máquinas resulta desactualizada. En la era post-industrial, nuestra relación con los medios tecnológicos parece consistir en un entrelazamiento. Podríamos considerarnos como una especie tecno-corporal que desarrolla procesos tanto perceptivos como cognitivos y expresivos en múltiples dimensiones, tanto humanas como maquínicas, simultáneamente. En este sentido, nuestra relación incorporada con las máquinas nos ofrece una manera de acceder a lo que nos rodea, y a lo que excede a nuestro entorno, desde diferentes perspectivas, dimensiones e interpretaciones. De esta manera, nuestros modos de interacción transitan en múltiples modos de comunicación codificada y/o sensible. Esta noción llevada a la experiencia podría hacernos considerar la posibilidad de que estos niveles de conocimiento nos preceden, es decir, están aquí desde antes.

En este sentido, podríamos considerar que, si el pueblo Shipibo-Konibo incorpora la ayahuasca para vivenciar experiencias que exceden las capacidades corporales propias (sin ayahuasca), nosotros incorporamos la tecnología para solventar objetivos múltiples que bastante tienen que ver con vivenciar experiencias que exceden nuestras capacidades corporales propias. Ahora bien, la sabiduría ofrecida por las plantas maestras ha sido incorporada por esta etnia como un saber ancestral, lo que implica que pueden acceder a los flujos de energía codificados mediante los sueños, estados meditativos o de memoria.

En esta dirección, surge una pregunta respecto de las posibilidades de nuestra existencia incorporada. Si nuevas capacidades de nuestro organismo se activan con la presencia de agentes externos, y existe la posibilidad de que estas se mantengan y desarrollen en el tiempo ¿podríamos considerar que estas, aunque sin conocerlas, ya nos habitan, es decir, están en nuestro cuerpo en potencia, a la espera de que algo las complemente y transforme?  En el caso de las experiencias facilitadas por la ayahuasca, de acuerdo a lo anteriormente dicho, parece factible. En el caso de nuestra relación con la tecnología ¿podríamos afirmar que esta activa ciertas capacidades propias de nuestro organismo?

Johanna Zylinka refresca el planteamiento de Vilem Flusser, sobre nuestra estrecha relación con los aparatos y la extiende hacia una comprensión de nuestra relación con los medios actuales y hace hincapié en la posibilidad de una co-creatividad:

La relación del humano con la tecnología no es una de esclavitud, aun cuando Flusser si eleva preguntas serias sobre la noción humanista de agencia. Sin embargo, también reconoce que el entrelazamiento con las máquinas facilita nuevos tipos de acción, los que a sus ojos son colaboraciones. Llega incluso al punto de sugerir que ‘Esta es una nueva forma de función en la cual los seres humanos no son ni la constante ni la variable, sino en la que los seres humanos y los aparatos se funden en una unidad’ (Flusser 2000, 27). Flusser se refiere a los fotógrafos, evocando a la cámara como uno de los arquetipos del aparato moderno que lleva la labor humana más allá de la esfera del trabajo tedioso hacia lo que podríamos denominar co-creación lúdica; sin embargo, su argumento se extiende plausiblemente hacia otras formas de la creación humana. (1)

Ahora bien, podríamos considerar que nuestra relación con la tecnología es tan colaborativa como conflictiva. Si bien podemos convenir que se trata de un “vínculo estrecho”, y cada vez más estrecho, existen ciertos límites en relación a ciertas posibilidades que ofrece cada parte, es decir, los cuerpos y las máquinas. Un ejemplo de esto, que nos ha involucrado generacionalmente son las reuniones a distancia. Aquí, la tecnología nos permite ampliar nuestro cuerpo al permitirnos acceder y hacernos accesibles a otros a distancia. Sin los aparatos electrónicos, las pantallas y el internet nuestra manera más común de interactuar, en la actualidad, no sería posible. Sin embargo, esta posibilidad que nos brindan una serie de aparatos nos hace emerger una dimensión, o bien, un estado de las cosas al cual no estamos comúnmente conscientes; el de la posibilidad de simultaneidad de existencias. Esto recuerda la noción merleaupontiana de visibilidad anónima y primordial (2), una especie de constelación de lo visible, de la cual somos parte, aunque nos precede y nos excede y donde  las relaciones entre lo vidente y lo visible son reversibles.

Tanto lo visible como lo audible se puede mediatizar. Son procesos que pueden transmitirse “directamente” (con características similares a las propias) a los medios tecnológicos, los cuales son recibidos como  imágenes (vista) o sonidos (audición). Es decir, estas formas son transmisibles a la máquina (en tanto ondas) con formas intuitivas, aunque en ella, la interpretación sea en base a código. Lo táctil está algo involucrado en el proceso, al resultarnos sencillo asociar cualidades táctiles a lo observado o escuchado. Podemos reconocer, o bien, especular en lo visible o en lo audible a que material corresponde lo que recibimos “envasadamente”. Sin embargo, no podemos transmitir a una máquina un olor, o un sabor que ingrese de manera intuitiva para nosotros, se relacione con la máquina como código y salga, nuevamente, con una forma intuitiva.

En este sentido, nuestra relación los medios tecnológicos puede imaginarse como un diagrama rizomático, en la medida que se extiende en múltiples direcciones (y dimensiones) tan convergentes como divergentes, tal como nuestro funcionamiento neuronal ha sido relacionado al funcionamiento de un bosque y al funcionamiento del aprendizaje maquínico (3), el entrenamiento algorítmico que permite la conformación de una “inteligencia artificial”.

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