ACADEMIA COMO PRÁCTICA

EL VÍNCULO Y EL SABER

—Bárbara Moscoso Castañeda y Catalina Saavedra Rodríguez

El acercamiento de los estudiantes a los barrios resulta un proceso interesante de analizar desde una doble óptica. Por un lado, y como estudiantes de psicología, hemos tenido la experiencia de aproximarnos a estos lugares desde los primeros años de la carrera, siempre con el fin de generar posibles proyectos que puedan aportar en la calidad de vida de los vecinos. Desde esta perspectiva, hemos podido vivenciar el complejo proceso que conlleva un acercamiento, planificación, reflexión e incluso frustración en los casos que no pudieron tener un cierre.  Por otra parte, hemos tenido la experiencia de ser ayudantes dentro del proceso de títulos prácticos, comprometiéndonos a potenciar las habilidades y a manejar el temor y las expectativas de los estudiantes de arquitectura. El vínculo que se forma con las personas del barrio es algo que describimos como inolvidable: una fuente de aprendizaje y crecimiento personal y profesional.

Habiendo sido parte de ambas experiencias, nos parece de suma importancia producir un análisis transversal sobre el proceso de construcción vincular.

Debido al desarrollo evolutivo de las relaciones humanas, tenemos la necesidad de construir vínculos con un otro como parte de nuestro instinto de sobrevivencia (Becerril, 2012). Este tipo de relaciones se mantiene formando un lugar importante para cada uno, donde a esta espacialidad se le da el nombre de punto de encuentro y donde podemos planificar, construir y desarrollarnos. Es así como los estudiantes, nos vemos involucrados en la construcción de un vínculo con los distintos actores de las sedes barriales, y entonces comenzamos a crear relaciones con la comunidad y sus distintas áreas, con sus historias, emociones, experiencias y necesidades.

Respetamos este espacio en común porque el vínculo formado tiene una importancia para nosotros: nos permite reunirnos, compartir ideas, generar debates y crear nuevos proyectos.

Muchas veces se adopta una mirada incorrecta diciendo que los estudiantes ayudan a la comunidad, olvidándonos de una de las características principales en la construcción de un vínculo: la reciprocidad. El crear este vínculo entre estudiantes y vecinos, implica dejar atrás el sesgo académico con el que llegamos a la universidad. Sólo entonces, nos damos cuenta que muchas veces los expertos en espacio son los mismos protagonistas del barrio, personas que conocen como la palma de su mano el barrio y su historia, y volvemos a ser estudiantes.

A cada una de las personas que conocemos, les retribuimos desde lo que conocemos y hemos aprendido, adecuándonos a su realidad y ellos adecuándose a la nuestra, desarrollando aspectos de nuestras vidas que creímos era necesario dejar atrás para tener una profesión, volviendo a encontrarnos con nuestras memorias, volviendo a ser humanos con la necesidad de crear comunidad, de fortalecernos y mirar al otro.

Cuando los estudiantes fortalecen el vínculo con los dirigentes, vecinos, vecinas y distintos participantes del barrio, nos lleva a fortalecer y establecer alianzas con el entorno y sus personas. Esto nos permite generar en conjunto nuevas estrategias para favorecer nuevos proyectos, quienes se enfocarán plenamente en el desarrollo social y del entono que entonces contribuirán a la calidad de vida de los vecinos, sin dejar de lado el desarrollo que tenemos como personas.

Entramos a los barrios con temor a lo desconocido, dudosos del impacto que podemos generar, pero al construir un vínculo nos damos cuenta de que somos iguales, personas con la vocación de ayudar a otros, a compartir y construir la estructura más fuerte que conocemos, el vínculo. Sólo construyendo un vínculo podemos desarrollar nuestros planes, alcanzar nuestros objetivos y tener un impacto en el otro. He aquí la importancia de potenciar en los estudiantes el conocimiento de las personas y aquello que haremos por ellos, sin temor a ser personas.

Destacamos aquello dicho por Foucault en Morey, 2014: “El saber no está hecho para comprender, está hecho para cortar”, por lo que tenemos en nuestras manos poderosas herramientas para el desarrollo y la construcción.

Bárbara Moscoso Castañeda y Catalina Saavedra Rodríguez

Licenciadas en psicología UDLA y Ayudantes del Programa de Intervención Comunitaria desde el año 2017 dentro de los barrios de Huechuraba. Han participado como investigadoras en redes sociales y son integrantes del grupo de investigación sobre el “Buen morir” y terapeutas del Centro de Atención Psicológica de UDLA. Además, Bárbara ha sido ayudante de Neurofisiología y Catalina ha sido ayudante de Desarrollo Humano II en la misma universidad.

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