ACADEMIA COMO PRÁCTICA

DEL DICHO AL HECHO

… cómo lo común tiene poco de corriente

—Diana Cornejo

Es cada vez más común encontrarse con declaraciones que señalan dentro de sus lineamientos ideas como la interdisciplina o la transdisciplina. Sin embargo, la posibilidad de revisar experiencias donde se intenta avanzar en su logro y donde los equipos se detienen a pensar en los reales desafíos del ejercicio profesional o de la formación en este marco son menos.

Es importante visualizar la inclusión de la interdisciplina como un ejercicio de reconocimiento de diversos saberes que invita a poner en valor las experiencias de vida de cada actor involucrado. Este reconocimiento y respeto por la cosmovisión del otro, implica también visibilizar los límites personales y disciplinares que llevan a mirar con más distancia las nociones clásicas de estatus, a tomar conciencia de las jerarquías en las que habitualmente se han sostenido las relaciones profesional/cliente e incluso entre las diferentes profesiones. La interdisciplina representa, por tanto, un innegable cuestionamiento a los egos profesionales que abre la oportunidad de realizar reflexiones, análisis y diagnósticos mucho más complejos y enriquecidos en cuanto se asume la necesidad del trabajo conjunto y se dejan atrás viejos sentidos de propiedad de alguna disciplina sobre un tema específico.

Esta mayor complejidad, a la vez permite ver con más claridad las responsabilidades, implicancias y dilemas éticos de cada decisión que se tome en el proceso; permite observar el aporte al cambio social y la promoción del bienestar que se puede realizar desde el espacio profesional –ya desde la formación– en el trabajo colaborativo con las comunidades, deteniéndose en las particularidades de la experiencia de cada uno de los sujetos involucrados en la intervención. Este alejamiento del asistencialismo, de la entrega de soluciones creadas a puertas cerradas desde el saber jerarquizado, requiere del entrenamiento en habilidades que permitan desarrollar la escucha y observación activas y la puesta en valor de la historia de la comunidad. Esto último necesariamente implica la construcción colectiva e intergeneracional de propuestas que respondan a necesidades específicas de cada comunidad, en un acto de democratización del poder de decisión y valoración del uso cotidiano de los espacios a intervenir.

Así, lo colectivo, la comunidad, propone vías de reapropiación de la ciudad y de sus espacios comunes, levantando necesidades más allá del espacio privado de la vivienda y evidenciando que el espacio resulta de la acción social, de las prácticas, las relaciones y experiencias sociales que crean estructuras y configuraciones espaciales que son la expresión y el medio de los acuerdos, conflictos y luchas sociales.

Pero ¿tienen todas las espacialidades la misma oportunidad de ser escuchadas y representadas en estos procesos? Es probable que, a pesar de los avances en redefinir el proceso de formación de futuros arquitectos, aún permanezcan discursos hegemónicos difíciles de dejar atrás. Ejemplo de esto es que la visión de necesidad de la comunidad suele ser construida entre adultos: profesionales, estudiantes, vecinos y dirigentes. Son sus percepciones, relatos y prácticas cotidianas las que se registran en los diagnósticos, incluso cuando la intervención final tienda a generar espacios que serán usados por los niños. De este modo, las prácticas espaciales de niños y niñas tienden a ser invisibilizadas y subyugadas al discurso adulto; su voz es homogeneizada y –la mayoría de las veces– puesta desde una visión de infancia idealizada y al mismo tiempo inferiorizada; sus ideas no resultan relevantes, factibles o necesarias de priorizar; o incluso deseando hacerlo, la aproximación al mundo infantil es temida y distante, argumentando no contar con las metodologías apropiadas para dialogar con ellos desde la brecha generacional.

Resulta central entonces, comprender que los niños y niñas son actores sociales, con capacidad de agencia en la modificación del mundo y que, como agentes políticos, enfrentan sus propias batallas geográfico-políticas dentro de sus vidas cotidianas (especialmente en el espacio privado de sus hogares y escuelas).

En este contexto, la llegada de los arquitectos al territorio abre la oportunidad de generar un diálogo interdisciplinario efectivo entre la Escuela de Arquitectura, el Programa de Intervención Comunitaria y el Centro de Estudios Interdisciplinarios de Infancias y Espacialidades (CEIIES). Este espacio ha permitido comenzar a instalar la posibilidad de que los proyectos de arquitectura incluyan a los niños en la fase de diagnóstico, proyección e incluso desarrollar experiencias de co-construcción. Esto permitiría alejar aún más a los estudiantes de aquella arquitectura que, desde Le Corbusier, mide el mundo con estándares de adulto focalizándose en lo exclusivo y extraordinario y, con ello, dar cabida y valor a los desafíos de las necesidades cotidianas de las espacialidades más diversas.

Diana Cornejo Díaz

Secretaria Académica de la Escuela de Psicología UDLA y directora del Centro de Estudios Interdisciplinarios de Infancias y Espacialidades (CEIIES). Psicóloga y Magíster en Psicología, mención Psicología Clínica de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Diplomada en Intervención en Crisis y en Psicoterapia narrativa Infanto-Juvenil. Posee más de 10 años de experiencia en gestión en educación superior y docencia universitaria y en el ámbito de la psicología clínica infanto-juvenil. Ha dirigido tesis y participado en proyectos de investigación en ámbitos de psicoterapia, infancia y espacialidad y Supervisión de Prácticas Profesionales.

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