ACADEMIA COMO PRÁCTICA

EL HUERTO

—Julián Reyes

Fue en el año 2017 cuando me invitaron, en representación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UDLA, a participar en la primera comisión interdisciplinaria de exámenes de título de la carrera de Arquitectura, en el marco de la incorporación de la carrera al Programa de Intervención Comunitaria de la misma casa de estudios. Se trató del primer ejercicio de conjugación de miradas interdisciplinarias para evaluar el trabajo realizado por los estudiantes de esa generación, entre ellos, Óscar.

La comisión evaluadora estuvo compuesta por tres personas, dos de ellas pertenecientes al ámbito de la Arquitectura y yo, que vengo del mundo del Trabajo Social. Además, la comisión estuvo acompañada por el docente guía del proceso y el director de la carrera.

Previo a la exposición del estudiante, la cual se realizó en terreno, tuve acceso a la memoria de título escrita por Óscar. El informe se veía correcto, con los elementos mínimos esperados en un documento de estas características. Se trataba de un proyecto realizado por Óscar durante un año y medio, en un club de adultos mayores llamado “Abejitas”, ubicado en un barrio de la comuna de La Florida.

Recuerdo que, cuando llegamos a la sede del club, nos encontramos con un terreno cercado por una reja, pero que en su interior contenía una casa rodeada de diversas plantas, árboles, pequeñas huertas y otros tipos de vegetación. De repente, desde el interior de la casa, vimos que salió Óscar acompañado de una pareja de perros de gran tamaño, los que se mostraban muy cariñosos con el estudiante. Mientras Óscar abría el candado de seguridad de la reja de entrada, con mucho entusiasmo y propiedad, como si se tratara de un integrante más del club, nos comenzó a contar algunos detalles de la organización. Por ejemplo, nos habló acerca del cotidiano de los integrantes del club, sus intereses respecto del cultivo de diversas especies vegetales y algunas de las pretensiones que tienen con el uso del suelo del terreno en un futuro cercano. Junto con ello, en el relato comenzaron a aparecer algunas de las figuras más relevantes dentro del proceso que éste había realizado en su estancia en dicho lugar, entre ellos el “abejorro”: el presidente del Club quien, junto a otras personas, habían sido importantes referentes para el co-diseño del proyecto de título de Óscar.

Entre el relato y el recorrido por el sitio, en medio de la vegetación, nos encontramos con el proyecto del alumno. Se trataba de un huerto vertical, el cual, además, contenía zonas para el descanso de las personas y la contemplación del sitio.

Una vez finalizada la presentación formal de Óscar, correspondiente a su examen de título, los integrantes de la comisión dimos inicio a un extenso y muy interesante debate respecto del proyecto presentado y de lo que nos generó el proceso allí desarrollado. Las primeras observaciones tuvieron relación con aspectos técnicos propios de la disciplina arquitectónica, donde se destacaron algunos elementos deficientes en el diseño, facturación de las terminaciones del proyecto y pertinencia en la selección de ciertos materiales. Sin embargo, el grueso de la discusión se centró en una dimensión que no se encontraba detallada en la pauta de evaluación, pero sentíamos que no podía no estar presente. Algo muy significativo se había gestado en dicho lugar, y que cruzaba múltiples fronteras ligadas al proceso evaluativo de la asignatura, a la nota final e incluso que se tornaba aún más evidente que el artefacto material alzado en ese espacio. Ese “algo” guardaba relación con un vínculo gestado entre el estudiante y los miembros del club de adultos mayores. En términos funcionales, esta relación no sólo facilitó la delimitación y construcción conjunta de un problema a ser abordado por el estudiante a partir de su proyecto de título, sino que, principalmente, posibilitó un permanente diálogo de saberes que estuvieron en interacción durante todo el proceso y que dio como resultado tanto un objeto material, así como también significaciones y proyecciones a futuro. Óscar no se había perdido respecto de su rol profesional en dicho lugar, sin embargo, muy genuinamente, se había entregado al proceso y a esa comunidad; se había entrelazado como las enredaderas que se encontraban en el huerto vertical que construyó. Óscar, había echado raíces en esas tierras.

En relación a nuestro quehacer profesional, ¿acaso no es eso de lo que se trata? o, más bien, ¿no debemos abandonar nuestros ideales asépticos, nuestros tecnicismos irrefutables que tantas veces sólo esconden mecenazgos indolentes en pos de involucrarnos y levantar otras visiones de mundo?

Finalmente, Óscar concluyó su proceso académico en ese lugar, aprobó el examen y se tituló como Arquitecto… pero, por un tiempo, su labor continuó en dicha comunidad… Por su parte, los miembros de la comisión nos llevamos la tarea de repensar ese espacio y de volver a trabajar en relación a una serie de preguntas originarias… ¿para qué y quiénes es dirigido nuestro quehacer profesional?

Julián Reyes

Trabajador Social de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con más de 10 años de experiencia en docencia y en el campo de la intervención social, específicamente en infancia y adolescencia. Posee estudios en Especialización de Derechos Humanos y Políticas Públicas para la Infancia en América Latina y el Caribe (Fundación Henry Dunant); Intervención de Tratamiento de Consumo Problemático de Alcohol y Drogas para Adolescentes Infractores de Ley (Universidad de Chile); Metodologías de Investigación e Intervención Social (Universidad Alberto Hurtado); entre otros. Trabaja en UDLA desde el 2015. Sus áreas de interés en la producción académica son la infancia, la espacialidad y la vida cotidiana.

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