ACADEMIA COMO PRÁCTICA

LA ARQUITECTURA COMO FORMA DE PRODUCCIÓN DE ESPACIOS Y SUJETOS

—Leandro Cappetto

Las imágenes muestran unas mesas bajo una sombra, un banco frente a una cancha de tierra, un tobogán entre los árboles, y a personas allí sentadas…

Quiero partir contra dos ideas bastante usuales dentro de los círculos de la arquitectura.

La primera es que la arquitectura produce espacios.

¡No!

Frente a esa idea, diría que la arquitectura organiza ciclos de producción, uso y destrucción del ambiente -no siempre en ese orden. Incluso diría que la arquitectura también organiza ciclos de producción, consumo y olvido de imágenes y discursos (por favor, abandonemos la relación exclusiva entre la arquitectura y el diseño-construcción material de paredes de edificios, bancos de plaza o puentes de hormigón; también producimos dibujos de mundos imposibles, estrategias de golpes de estado, planes de destrucción de paisajes naturales, libros críticos de los poderes hegemónicos, ideas conservadoras, proyectos pedagógicos contra-hegemónicos, formas de trabajo experimentales, etcétera, cierro paréntesis). Avanzando críticamente en esta idea -entender a la arquitectura como productora de ciclos de producción, uso y destrucción del ambiente- nos lleva a trascender cualquier intento de restringir nuestra disciplina al estudio y especulación formal o espacial sobre esos productos fetichistas que son los edificios, y entonces cuestionar las relaciones de poder que se tejen en sus procesos de producción (jerarquías, hegemonías, violencias e injusticias contra pares, naturalezas, nosotros mismos, clases sociales, alumnos, etc.) y darle forma a ciclos alternativos y/o de resistencia.

La otra idea contra la que me interesa hablar, es la de que la arquitectura -en su aspiración edilicia o constructiva- aloja a un sujeto, satisfaciendo así sus necesidades -cuales estas sean.

¡No!

La arquitectura es una técnica performativa, lo que significa que actúa sobre el mundo construyendo realidad y produciendo ciertos efectos. Pero esa construcción de realidad no termina con el espacio, y sus efectos no terminan con un usuario caminando entre sus paredes. Es a través de la construcción del espacio y sus efectos que la arquitectura le da forma a un sujeto (y no sólo lo aloja; al alojarlo, lo construye; le permite ciertas cosas y otras no, vuelve normal esto y no lo otro, vuelve agradable aquello y no esto; en conclusión, la arquitectura define los bordes entre lo permitido y lo prohibido, lo normal y lo anormal, lo agradable y lo desagradable). Todo esto, cabe aclarar, la arquitectura no lo hace sola. Lo hace en relación con muchas otras tecnologías de poder, como la ley, la economía, los medios de comunicación, la familia, la literatura, etcétera.

Al atravesar una propuesta académica que se posiciona como una práctica espacial crítica por estas dos contra-ideas esgrimidas brevemente, ¿qué es lo que pasa?

Por un lado, los proyectos presentados para dar cuenta del enfoque propuesto permiten ver a través de sus resultados sus formas de producción. Vemos procesos de trabajo que indagan en formas del espacio que ponen en valor lo público por sobre lo privado, lo colectivo por sobre lo individual, lo autogestionado por sobre lo mercantilizado, el consenso por sobre la imposición, la colaboración por sobre el clientelismo o el paternalismo, entre otras cosas. En este sentido, los ciclos que este proyecto pone en funcionamiento se evidencian críticos de la convención disciplinar en relación a lo privado, paternalista, mercantilista, impositivo y jerárquico que tanto abunda en nuestro campo.

Pero por otro, la propuesta académica y los proyectos presentados dan forma a un sujeto –al que llaman comunidad: una población aparentemente de clase media, en la acepción chilena del término– a través de una serie de equipamientos –bancos, sombreaderos, mesas y toboganes– en espacios aparentemente públicos o comunitarios –huertas, veredas, vacíos urbanos reapropiados– en barrios periurbanos de la ciudad. El sujeto que este proyecto construye aparece como pasivo, resignado a envejecer tomando té con el vecino mirando a sus hijos o nietos jugar en la plaza de la esquina, desde la sombra de un árbol o del techo de turno.

En este mundo raro, doloroso y esperanzado… en este mundo al que en cada acto damos forma, posiblemente sea necesario indagar profundamente en qué significa “Intervención Comunitaria”. ¿Qué es intervenir? (“tomar parte en un asunto según la RAE), cómo se interviene, en dónde, frente a qué, contra quién. Y, también, ¿qué es la comunidad? (jamás acudiría a la RAE en este caso, sabiendo que no se trata sólo de encontrarla, sino que también de darle forma).

¿No son acaso una organización feminista radicalizada y combativa, una brigada callejera anti-imperialista, un movimiento campesino ambientalista descentralizado o una agrupación juvenil que lucha por la gratuidad de su educación, también comunidad?

A fin de cuentas, ¿qué sujeto producimos cuando producimos el espacio? ¿Con qué equipamos a nuestra comunidad, sabiendo que al equiparla también la construimos?

Leandro Cappetto

Ante todo, miembro de TOMA, un colectivo de amigos arquitectos que deambula entre los conflictos territoriales, la crítica cultural y la arquitectura, desde proyectos de investigación y acción independientes. Junto al colectivo ha desarrollado instalaciones, mobiliario, revistas, programas de televisión, exposiciones, residencias, derivas por la ciudad, páginas web, fiestas, comidas, charlas y encuentros. También es arquitecto, ha dado clases de arquitectura en Argentina, Australia y Chile, y a veces ha trabajado en el diseño de proyectos de arquitectura por encargo. Hoy reside en Chile, entre Santiago (donde da clases) y el litoral central. Viaja frecuentemente a Buenos Aires, y se encuentra embarcado en la aventura colectiva de darle forma a una escuela independiente para la reflexión y especulación cultural, política y territorial del mundo en el que vivimos.

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