ACADEMIA COMO PRÁCTICA

SOBRE LOS TÍTULOS PRÁCTICOS

—Pedro Correa

El terreno desde el que algunas cosas se declaran ordinarias y comunes, mientras que otras se creen extraordinarias o excepcionales, es ya un terreno epistemológicamente cargado. No existen de otra manera distinciones que permitan observar, fuera de toda ideología, cosas que preceden a otras en importancia o notoriedad. La construcción de ese terreno es necesariamente mediada: por criterios, conceptos, éticas, tecnologías, economías, géneros, clases, biologías y, sin mayor ni menor importancia, educaciones. Concretamente, universidades. No han sido pocos los que han definido al conocimiento en sí mismo como una transformación de la conciencia, unas anteojeras que no sólo permiten ver más cosas sino además ver las cosas habituales de manera distinta. Poner atención a algo “ordinario” es remover, paradójicamente, su cotidianeidad, desnaturalizar su presencia modesta para relocalizarla al centro de un lente del que antes ocupaba una porción periférica y borrosa.

La transformación propuesta por este equipo académico no es menor; consistiría en reemplazar la disciplina de la arquitectura como objeto a enfocar por una disciplina de la arquitectura como lente. A riesgo de que, como en todo lente, la arquitectura deje de ser visible ella misma en su labor de visibilizar conflictos otros, esta operación des-satura una disciplina y, mucho más concretamente, una carrera profesional obsesionada con códigos y cánones fuera de los cuales pareciera no existir. Todo esto implica resistir la neurosis de disolución: ese juego existencial que los niños llevan a cabo con un juguete que hacen desaparecer y reaparecer, comprobando que la breve estadía del juguete fuera de su campo visual no implica su obliteración existencial.

Es este mecanismo el que permite empinar el plano epistemológico en otra dirección. En vez (o además) de asignarle notoriedad al conjunto conocido de edificios y “obras” que componen las narrativas más tradicionales de la historia de la arquitectura, este proyecto académico sugiere que la “disciplina” no se reduce a ese canon ni a la posibilidad de algún día acceder a él. En cambio, esta permitiría llevar a cabo ese ejercicio de mediación a través del cual cosas modestas adquirían notoriedad suficiente para transformarse en materia de interés. Esto es, en objetos de conocimiento. Lo que implicaría removerlos inmediatamente de toda cotidianeidad. Y quizás ese es precisamente el descubrimiento; es decir, que la arquitectura puede ser ese ejercicio, y tener ese poder transformativo, más que el de reconocer o diseñar cosas de antemano excepcionales. Sería entonces el producto de una investigación, un seguimiento, una reconstrucción, un análisis crítico y no tanto el resultado de un juicio. Porque para esos últimos necesitaríamos jueces y juzgados y defensores y acusados. Y de esos ya hay suficientes.

Algo similar podría decirse del sistema de titulación. Ese proceso largo que temen estudiantes y profesores por igual y que tradicionalmente concluía con la materialización de un conjunto extenso de planos, maquetas e imágenes de algo así como una primera obra maestra. Esa ficción con la cual recién iniciados intentan convencer al mercado laboral de su talento y seriedad. Más serio es, sin duda, soltar a nuevos arquitectos al vaivén del capitalismo tardío con un edificio en el bolsillo. Uno a través del cual puedan mirar y volver a restablecer los criterios mediante los cuales las cosas pueden considerarse dignas de atención.

Pedro Correa

Arquitecto Pontificia Universidad Católica de Chile, 2012, M.Sc Critical, Curatorial and Conceptual Practices en Columbia University, EE.UU 2016. Profesor asistente de la EARQ UC en el área Teoría, Historia y Crítica. Actualmente cursa estudios de doctorado en el programa de historia y teoría de la arquitectura en Columbia University.

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